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HIJA DE LA LUZ
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FILOMENA REVELA SU VIDA A UNA
RELIGIOSA
La
fuente principal que nos permite conocer mejor a Santa Filomena, se
la debemos a una religiosa de Nápoles, llamada sor María Luisa de
Jesús, de la Orden Tercera de Santo Domingo y Fundadora de las
Oblatas de Nuestra Señora de los Dolores.
Esta
religiosa de 34 años, tenía una gran devoción a Santa Filomena, y
había puesto bajo su protección el Instituto que había fundado
para la educación cristiana de las niñas pobres.
En
diversas ocasiones, Santa Filomena le había dado muestras sensibles
de su protección, librándola de algunas penosas tentaciones de
desconfianza y de impureza, con que el Señor la había querido
probar y purificar.
El
3 de agosto de 1832 la Madre María Luisa estaba arrodillada delante
de la estatua de Santa Filomena, haciendo su acción de gracias
después de la Comunión; de repente, sintió un gran deseo de
conocer el verdadero día de su martirio, porque el 10 de agosto, en
que se celebraba a esta Santa, no era sino el día en que trasladaron
sus reliquias a Mugnano, donde son conservadas y veneradas.
De
repente se sintió movida a cerrar sus ojos y oyó una suave y
graciosa voz que venía de la imagen, que le decía:
“Querida hermana, el 10 de agosto fue el día de mi descanso, mi triunfo, mi nacimiento en el Cielo, mi entrada en la posesión de tales bienes celestiales, que la mente humana no puede siquiera imaginar.
“Querida hermana, el 10 de agosto fue el día de mi descanso, mi triunfo, mi nacimiento en el Cielo, mi entrada en la posesión de tales bienes celestiales, que la mente humana no puede siquiera imaginar.
Es
por eso que mi celestial Esposo dispuso que mi llegada a Mugnano se
realizara en la misma fecha en que yo entré en el cielo, y lo había
dispuesto todo para que esta llegada fuera gloriosa y triunfante.
Toda
la gente estaba alborotada, aún cuando el sacerdote que me llevó,
había determinado que mi traslado debía realizarse a su propia casa
el día 5 de agosto.
Mi
Omnipotente Esposo lo impidió con tantos obstáculos, que el
sacerdote, aunque hizo todo lo posible para llevar a cabo su plan, no
pudo hacerlo. Mi traslado fue hecho el día 10, aniversario de mi
fiesta en el Cielo“.
Cuando
la Madre María Luisa tomó conciencia del acontecimiento, se llenó
de estupor, porque pensaba que había caído en una ilusión.
Su
primera reacción fue ir a ver a su director espiritual y contarle en
Confesión todo lo que le había ocurrido.
Conociéndola
como una persona equilibrada y llena de sabiduría, su confesor
escribió a don Francesco, párroco de Mugnano, para averiguar la
autenticidad de los hechos.
A
pesar de que habían pasado 26 años, el sacerdote recordaba
perfectamente los obstáculos que había encontrado para traer
rápidamente, según sus deseos, las reliquias desde Roma; estos
atrasos permitieron providencialmente que la entronización se
hiciera solamente el día 10 de agosto, fecha de su triunfo en el
martirio.
Estas
informaciones, dieron confianza al confesor, y le pidió a la
religiosa que preguntara a Santa Filomena mayores detalles sobre su
vida y martirio.
La
Madre obedeció, se acercó a la imagen de Santa Filomena, le rogó
que le perdonara su atrevimiento e indignidad y le pidió con toda
humildad que le revelara algo de su vida y martirio, según se lo
había solicitado su confesor.
Un
día, mientras la hermanita estaba orando en su celda, sintió, como
la primera vez, la necesidad de cerrar los ojos.
En
seguida escuchó la misma suave voz de Filomena, quien, respondiendo
a su deseo, le contó su historia:
“Yo
soy hija del rey de un pequeño Estado de Grecia. Mi madre también
era de sangre real.
No
pudiendo tener hijos, mis padres continuamente ofrecían sacrificios
y oraciones a los falsos dioses para obtener un niño“.
“Nosotros
teníamos en nuestra familia a un doctor llamado Publius, que era
cristiano.
El
se compadeció de la ceguera de mis padres, y especialmente tuvo
compasión de mi madre por su infertilidad.
Inspirado
por el Espíritu Santo habló a mis padres de nuestra Fe, y les hizo
esta promesa:
“Si
ustedes quieren un niño, bautícense y abracen la religión de
Jesucristo”.
La
Gracia acompañó sus palabras, sus mentes fueron iluminadas y sus
corazones ablandados. Aceptaron y siguieron el consejo de Publius.
Fueron
instruidos durante un tiempo y bautizados junto con varios de sus
cortesanos”.
“Al
año siguiente – 10 de enero para ser exacta- yo nací y fui
llamada Lumina, porque había sido concebida y nacida a la Luz de la
Fe, de la cual mis padres eran ahora verdaderos devotos.
Cariñosamente
me llamaban Filomena, o sea, Hija de la Luz, de esa Luz de Cristo que
habita en mi alma por la gracia que recibí en el Bautismo.
Debido
a mi nacimiento muchas familias en el Reino llegaron a ser
cristianas. Yo crecí en la enseñanza del Evangelio, que se grababa
profundamente en mi corazón”.
“Cuando
yo tenía sólo cinco años, recibí por primera vez a Jesucristo en
la Santa Eucaristía; y ese día, fue sembrando en mi corazón del
deseo de estar unida para siempre a mi Redentor, Esposo de las
vírgenes.
A
los once años me consagré a Él por voto solemne”.
“Llegó
el año trece de mi vida. La paz de Cristo que, hasta ese día, había
reinado en la casa y en el Reino de mi padre, fue perturbada por el
orgulloso y poderoso emperador, Dioclesiano quien, injustamente, nos
declaró la guerra.
Mi
padre, comprendiendo que no podía enfrentarse a Dioclesiano, decidió
ir a Roma a hacer un pacto de paz con él”.
“Era
tan grande la tierna afección que mi padre tenía por mí, que no
podía vivir sin tenerme a su lado.
Es
así que me llevó con él a Roma. Y mi madre, que no quiso dejarnos
solos, nos acompañó.
“Habiendo
llegado a Roma, mi padre pidió audiencia con el Emperador, y el día
señalado, quiso que mi madre y yo lo acompañáramos al Palacio de
los Césares”.
“Introducidos
en presencia del Emperador, mientras mi padre defendía su causa y
denunciaba la injusticia de la guerra con que lo estaba amenazando,
el Emperador no dejaba de mirarme”.
“Finalmente
Dioclesiano, interrumpió a mi padre, y le dijo con benevolencia:”
No
te angusties más. Tu ansiedad está por terminarse… Consuélate.
Tú tendrás toda la fuerza Imperial para tu protección y la de tu
Estado, si aceptas una sola condición: darme a tu hija Filomena,
como esposa”.
“En
seguida, mis padres aceptaron su condición… Yo no dije nada, pues
no convenía oponerme a mi padre frente al Emperador… pero en mi
interior, dialogando con mi Esposo Jesús, estaba firmemente decidida
en permanecer fiel, a cualquier precio”.
“Muy
contentos mis padres pensaron que todo estaba solucionado…
Pero
al salir del Palacio de los Césares, con respeto, dije a mis padres,
que no aceptaba la proposición de Dioclesiano, por más grandioso
que se presentara mi futuro…
Ellos
trataron de convencerme de mil maneras… insistiendo sobre la suerte
que tenía de llegar a ser Emperatriz de los Romanos”.
“Sin
vacilar ni un solo momento, yo rechacé la tentadora propuesta,
diciéndoles que estaba comprometida con Jesucristo y que me había
desposado con Él, haciendo un voto solemne de virginidad, cuando
tenía once años”.
“Mi
padre trató de persuadirme, diciéndome que como niña e hija, yo no
tenía derecho de disponer de mí misma… y usó de toda su
autoridad para hacerme aceptar la propuesta.
Pero,
mi Divino Esposo me dio la fortaleza para perseverar en mi
resolución”.
“Al
ver que no cedía, mi madre recurrió a las caricias… rogándome
tener piedad de mi padre… de ella… de mi país…
Yo
le contesté, con una firmeza que me sorprendía:
“Dios
es mi padre y el Cielo es mi patria”.
“Mis
padres fueron incapaces de doblegarme, incluso con tremendas
amenazas.
Frente
a mi voluntad, estaban desarmados… Y lo que más les preocupaba,
era que mi negación podía ser tomada por el Emperador como un mero
pretexto de mala fe y la excusa de un embaucador.
Cuando
mi padre tuvo que informar al Emperador de mi decisión, Dioclesiano
ordenó que fuera llevada a su presencia”.
“Pero
yo no quería ir… Cuando me vieron tan decidida en mi resolución,
mis padres se arrojaron a mis pies y me imploraron aceptar y hacer lo
que ellos deseaban, diciéndome:
“¡Hija,
ten piedad de nosotros! ¡Ten piedad de tu país y de tu reino!.
Yo
repliqué: “Dios y la Virgen primero. Mi reino y mi país es el
Cielo”.
“Finalmente
frente a tanta presión, decidí presentarme
frente
al tirano, pensando que era necesario dar testimonio de Jesús”.
“Dioclesiano
primero me recibió con mucha bondad y honor para hacerme acceder a
sus requerimientos, y renunciar a mi decisión, pero no obtuvo nada
de mí.
Viéndome
absolutamente firme y sin temor frente a su poder imperial, perdiendo
su paciencia y toda esperanza de conseguir su deseo, comenzó a
amenazarme.
Pero,
no pudo vencerme, ya que el espíritu de Jesús me daba fortaleza.
Entonces,
en un acceso de furia, bramando como un demonio, lanzó esta amenaza:
-¡Si
tú no me tienes como amante, me tendrás como un tirano!”.
-¡No
me preocupa como amante, ni le temo como tirano!”- le repliqué.
El
Emperador, visiblemente furioso, ordenó que me encerraran en un
calabozo, frío y oscuro, bajo la guardia del Palacio Imperial.
“Fui
encadenada de pies y manos, y me daban de comer solo pan y agua, una
vez al día.
Pensando
que, con este régimen severo y duro, yo cambiaría de idea,
Dioclesiano venía diariamente a renovar su oferta.
Pero
yo no estaba sola, mi celestial Esposo cuidaba de mí, y nunca cesé
de encomendarme a El y a su purísima Madre”
“Hacía
treinta y siete días que vivía con este régimen, cuando la
Santísima Virgen se me apareció, rodeada por la Luz del Paraíso,
con el Niño Jesús en sus brazos, y me habló así:
“Hija, ánimo, permanecerás tres días más en este calabozo, y en la mañana del día 40 de tu encarcelamiento, dejarás este lugar de pesares”.
“Hija, ánimo, permanecerás tres días más en este calabozo, y en la mañana del día 40 de tu encarcelamiento, dejarás este lugar de pesares”.
“Con
estas palabras, yo me llené de alegría… pero entonces, la Virgen
continuó hablándome:
“Cuando
dejes esta celda, serás expuesta a una gran lucha, de atroces
tormentos, por el amor de mi Hijo”.
“Inmediatamente
me estremecí y me vi a mí misma en la angustia de muerte, pero la
celestial Reina me dio coraje, diciéndome así:
“Hija
mía, te quiero muchísimo, ya que llevas el nombre de mi Hijo. Te
llaman Lumina, y mi Hijo es llamado Luz, Sol, Estrella; y a mí me
llaman Aurora, Estrella, Luna.
Yo seré tu Auxiliadora.
Yo seré tu Auxiliadora.
Ahora,
es la hora de la debilidad humana que te humilla, que te atemoriza,
pero vendrá de lo alto la gracia de la fortaleza, la que te
asistirá, y tendrás a tu lado a un Angel que te cuidará, la
protección del Arcángel San Gabriel, cuyo nombre significa
“Fortaleza de Dios”.
Este Arcángel fue mi protección en la tierra, y yo te lo enviaré para que te ayude, porque tú eres mi hija, la más querida hija entre todas mis hijas.
Gabriel te asistirá, y con él saldrás victoriosa”.
“Estas palabras reavivaron mi ánimo y coraje. la visión desapareció, dejando impregnado de fragancia mi prisión, y me consoló”.
Este Arcángel fue mi protección en la tierra, y yo te lo enviaré para que te ayude, porque tú eres mi hija, la más querida hija entre todas mis hijas.
Gabriel te asistirá, y con él saldrás victoriosa”.
“Estas palabras reavivaron mi ánimo y coraje. la visión desapareció, dejando impregnado de fragancia mi prisión, y me consoló”.
24»
Azotada, sanada por dos ángeles
“Al
cabo de este tiempo, Dioclesiano empezó a ponerse nervioso,
esperando mi decisión.
Cuando pasaron los cuarenta días, tal como me lo había anunciado la Santísima Virgen, el tirano me hizo sacar de la prisión, resolvió torturarme y amenazarme para que retractara al voto de virginidad que había hecho a mi Esposo.
Cuando pasaron los cuarenta días, tal como me lo había anunciado la Santísima Virgen, el tirano me hizo sacar de la prisión, resolvió torturarme y amenazarme para que retractara al voto de virginidad que había hecho a mi Esposo.
Luego,
en presencia de muchos de sus hombres de armas y otros oficiales del
Palacio me hizo atar a una columna para ser azotada cruelmente,
diciendo:
“Después que esta niña cualquiera, rehusó obstinadamente a un Emperador, por amor a un malhechor, que como todos saben, fue condenado a muerte en la cruz por sus propios compatriotas, ella merece ser tratada como Él, por mi justicia”.
“Al ver mi cuerpo ensangrentado y cubierto de heridas, y que la vida se me iba, ordenó me llevaran de vuelta a prisión a morir.
Tirada en el suelo, y con el cuerpo ardiendo en fiebre, yo esperaba la muerte.
Entonces, dos ángeles se me aparecieron, y con un aceite precioso, ungieron mi cuerpo malherido y me sanaron”.
“Después que esta niña cualquiera, rehusó obstinadamente a un Emperador, por amor a un malhechor, que como todos saben, fue condenado a muerte en la cruz por sus propios compatriotas, ella merece ser tratada como Él, por mi justicia”.
“Al ver mi cuerpo ensangrentado y cubierto de heridas, y que la vida se me iba, ordenó me llevaran de vuelta a prisión a morir.
Tirada en el suelo, y con el cuerpo ardiendo en fiebre, yo esperaba la muerte.
Entonces, dos ángeles se me aparecieron, y con un aceite precioso, ungieron mi cuerpo malherido y me sanaron”.
Al
día siguiente, el Emperador ordenó que la doncella compareciese en
su presencia; Filomena heróica y sonriente, apareció tranquila ante
el tirano.
Cuando
el Emperador vio que habían desaparecido todas las huellas de los
azotes, quedó pasmado.
Al
verla en perfecta salud y con la belleza que lo había obsesionado,
trató de hacerle creer que debía este favor a Júpiter, su falso
dios, que la había curado porque su destino era ser la esposa del
Emperador.
Le
habló en estos términos:
-“Tu
juventud y hermosura me inspiran lástima; Júpiter es clemente
contigo; renuncia a tus pasados errores y ven a compartir conmigo el
solio real”.
-“Nunca,
nunca -contestó Filomena- Mi Dios quiere que sólo a Él le
pertenezca”.
-“Te
arrepentirás”.
–“Conquistaré
las bendiciones del Cielo con los tormentos de la tierra”.
–“Morirás
hoy mismo”.
–“Reviviré
a eterna vida, en el seno de Dios”.
–“Pero,
¿te olvidas de tus padres, desdichada?”, prorrumpe al fin el
tirano, no sabiendo cómo vencer tan firme resistencia.
La
joven vaciló un momento, pensando en aquellos pobres ancianos
cargados de años y de pesadumbres.
El
recuerdo de los días felices vividos con sus padres la sobrecogió
un instante, sólo un instante, por la Gracia de Dios, recuperó su
serenidad y contestó con voz tranquila:
–“Dios
les dará consuelo y resignación; yo muero contenta, fiel al
celestial Esposo, que mi corazón ha elegido”.
–“¡Calla,
calla, no blasfemes! Sacrifica a los dioses y quedas perdonada”.
Entonces
el Emperador, cogió de la mano a la cristiana y la condujo frente a
la estatua de Júpiter, pero ella se cubrió la cara para no ver al
ídolo, diciéndole:
– “Es
inútil, yo sólo rindo culto a mi Dios; sus falsos dioses no
tardarán en caer de los altares”.
Estas
palabras provocaron un tumulto entre los presentes, el Emperador
lívido de cólera, sin comprender cómo podía soportar tantas
pruebas y sufrimientos, soltó la mano de la joven y volviéndose a
sus servidores ordenó en voz breve y severa que atada a una ancla de
hierro al cuello, fuese tirada al río Tiber.
“Arrastrada
por la corriente y creyendo morir, abracé mi ancla como Jesús
abrazó su Cruz.
Pero
Jesús; mostrando su omnipotencia, para la confusión del tirano y de
los idólatras, mandó de nuevo a sus ángeles, para que rompieran la
cuerda amarrada a mi cuello”.
“El
ancla cayó en las profundidades del Tíber, donde aún permanece
cubierta de lodo.
Sostenida
por las alas de un ángel, fui llevada a la orilla, sin que una gota
de agua me hubiera mojado.
Cuando
la gente me vió así, en seguridad y perfectamente seca, esparcieron
la noticia y muchos se convirtieron en la Fe”.
“El
tirano, furioso y desesperado, gritó que todo era magia y
hechicería, y más obstinado que el Faraón con Moisés, ordenó que
fuera atravesada por flechas y arrastrada por todas las calles de
Roma.
Pero
cuando me vio atravesada con las saetas, desfalleciendo y muriendo,
me lanzó cruelmente a prisión, para que muriera desamparada y sin
ningún auxilio”.
“A
la mañana siguiente, esperando encontrarme sin vida, ya que me había
visto en pésimo estado, quedó estupefacto al encontrarme sonrosada
y alabando a Dios con salmos y cantos, como si nada hubiera ocurrido.
En
la noche, el Dios Todopoderoso me había dado un dulce sueño, y
había mandado a un ángel, para que sanara mi cuerpo, untándolo con
un fragante unguento, no dejando ninguna huella de las heridas”.
“Por
el mucho amor que tenía a Jesús, había deseado tener mil vidas
para ofrecérselas… una sola vida me parecía poco… y estaba
feliz de sufrir en unión con Él.
Por
eso fui preservada tantas veces de la muerte, y sufrí varias
torturas”.
“Esta
vez, el Emperador sintiéndose burlado e impotente, entró en tal
furia, que ordenó me dispararán con flechas hasta que muriera.
Los
arqueros doblaron sus arcos, pero las flechas no podían moverse.
El
tirano me maldijo, acusándome de ser una bruja.
Pensando que con el fuego, la hechicería sería neutralizada, ordenó que las flechas fueran calentadas al rojo vivo en la caldera.
De nuevo, mi Esposo me salvó de este tormento. Tuve un rapto de éxtasis. Las flechas que iban hacia mi cuerpo se devolvieron hacia los arqueros, y seis de ellos fueron atravesados y murieron”.
Pensando que con el fuego, la hechicería sería neutralizada, ordenó que las flechas fueran calentadas al rojo vivo en la caldera.
De nuevo, mi Esposo me salvó de este tormento. Tuve un rapto de éxtasis. Las flechas que iban hacia mi cuerpo se devolvieron hacia los arqueros, y seis de ellos fueron atravesados y murieron”.
“A
la vista de este nuevo milagro, muchos se convirtieron, y la gente
empezó a cambiar de vida y tomar el camino de la Fe en Jesucristo.
Temiendo
serias consecuencias, el tirano ordenó que fuera decapitada sin más
demora”.
“Es
Así como mi alma voló al Cielo, para recibir de mi Esposo Jesús la
corona de la virginidad que para preservarla me había costado sufrir
varios martirios.
Esto
ocurrió el 10 de agosto, era un viernes, a las tres y media de la
tarde.
Por
lo tanto como ya te lo he contado, el Altísimo quiso que mi traslado
a Mugnano se realizara en este día, con tantas señales de la ayuda
del Cielo, que Él quería que fueran conocidas de ahora en
adelante”.
La
segunda revelación fue hecha a un santo sacerdote, que tenía gran
devoción a la santa y hablaba mucho de ella, lo que le valió
preciosas y extraordinarias gracias.
Este
sacerdote era muy versado en la Sagrada Teología y en la música
cristiana, por lo que es de gran valor su testimonio.
He
aquí lo que escribe: “Paseándome un día por el campo, y
repasando las maravillas que oía contar de la gran Santa, vi venir
hacia mí, una joven desconocida que me dirigió estas palabras:
“¿Es
cierto que usted ha colocado en su Iglesia un cuadro de Santa
Filomena?”
-“Es
cierto -le respondí- no la han engañado”.
-“Pero
¿qué sabe usted de esta Santa?” -me preguntó.
-“Bien poco, pues hasta hoy no hemos podido averiguar de su historia, sino sólo de los símbolos estampados en la lápida de su sepulcro”.
-“Y nada más saben”. -“Nada”.
-“Bien poco, pues hasta hoy no hemos podido averiguar de su historia, sino sólo de los símbolos estampados en la lápida de su sepulcro”.
-“Y nada más saben”. -“Nada”.
-“Oh,
hay tanto que saber de esa Santa, que cuando el mundo lo entienda, no
acabará de asombrarse.
¿Usted sabe al menos la causa de su persecución y martirio?” -“Lo ignoro”.
– “Pues bien, yo le diré que fue martirizada por haberse negado a dar su mano a Dioclesiano, ya que tenía consagrada su virginidad a Jesucristo”.
¿Usted sabe al menos la causa de su persecución y martirio?” -“Lo ignoro”.
– “Pues bien, yo le diré que fue martirizada por haberse negado a dar su mano a Dioclesiano, ya que tenía consagrada su virginidad a Jesucristo”.
– “Y
usted ¿está segura? – le repliqué, lleno de alegría al oír
esta noticia que tanto deseaba saber-
¿Está
bien segura de lo que acaba de decirme?”
– “Más
no lo puedo estar”, me contestó la joven.
– “Pero
¿dónde, en qué libro usted ha leído esto?
– “¿En
qué libro? -me replicó con un tono de sorpresa y gravedad- ¿Y
usted me hace a mí esta pregunta? ¿A mí?
Usted
me puede creer - agregó- ¡Sí créame!” -y diciendo esto
desapareció”.
Puede
notarse aquí, que esa joven desconocida y que el sacerdote
comprendió después que era la Santa, habla de Dioclesiano que le
ofreció matrimonio, de lo que se puede deducir que el martirio
ocurrió cuando ya el tirano estaba viudo de su esposa, Santa Serena,
a quién condenó a morir, junto con su hija, por haberse hecho
cristianas.
El
Emperador se hallaba entonces en Roma, en donde condenó a muerte a
ilustres mártires, entre otros a San Sebastián, lo que sirve para
determinar la época del martirio de la Santa, en el año 303.
– La
historia no habla de Santa Serena, pero sí de la emperatriz Prisca y
de la hija Valeria; las dos se habían hecho cristianas.
Se
trata de un piadoso devoto de nuestra Santa.
Un
día, que pedía de rodillas, al Señor que diera a conocer al mundo
los méritos y la gloria de su sierva, se le presentaron todas las
escenas del martirio de la Santa, de manera tan viva, como si las
hubiera presenciado.
Dice:
“Yo
vi al Emperador Dioclesiano devorando de pasión por ella,
condenándola a muchos tormentos, adulándola para conseguir que se
rindiera a sus deseos.
Mas,
viendo que nada podía ablandar su firme voluntad, cayó en una
especie de demencia, porque no lograba poseerla”.
El
artesano cuenta, entonces, todos los tormentos con que la hizo sufrir
Dioclesiano.
Luego
continúa:
“Después
de haberla hecho pasar por todas estas diversas torturas, el tirano
la hizo decapitar; mas, apenas se ejecutó la sentencia, se apoderó
de él la rabia y exclamaba:
– “¿Cómo?,
¡Filomena no será jamás mía! ¡Hasta el último suspiro ha sido
rebelde a mi voluntad!”
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