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HIJA DE LA LUZ
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DESCUBRIMIENTO DE LOS HUESOS Y
DE LA INSCRIPCIÓN
El
2 de mayo 1802, por encargo especial del Papa Pío VII, se llevaron a
cabo los trabajos de excavación de la catacumba de Santa Priscila,
una de las más antiguas de Roma.
Monseñor
Ponzetti, guardián de los cementerios, no demoró en llegar y fijó
para el día siguiente la apertura del nicho.
Era
una tumba pequeña, de no más de un metro y medio de largo, cerrada
con tres baldosas de terracota, sobre las cuales estaba escrito en
color bermellón : lumena
+ Pax tecum + Fi , Pax tecum Filumena (la
paz esté contigo, Filomena)
El
término “Filumena” es en realidad una mala transcripción latina
del nombre griego Philomena, por el cual la santa se nombrará a sí
misma más tarde, en sus revelaciones privadas.
El
25 de mayo de 1802, fue removida la tierra y la tumba fue abierta.
Entre
las palabras, estaban unos símbolos en la izquierda una ancla; en el
centro unos látigos con bolitas de plomo en medio de tres flechas y
una vara rematando en punta; y a la derecha, una palma entrelazada
con un lirio.
Todo
esto representaba los diferentes géneros de tormentos que había
padecido la santa mártir; su glorioso triunfo, era representado por
la palma y el lirio.
Antes
de la apertura de la tumba, el prelado dio órdenes de verificar si
no se hallaba allí algún frasco que contuviese restos de sangre
(cosa que los primeros cristianos solían hacer al enterrar allí a
los mártires, colocándolo en el exterior de la tumba e
incrustándolo en el revestimiento del yeso externo). Un obrero
entonces, provisto de una herramienta afilada, pinchó el yeso
cobertor en una de las extremidades del lóculo
y se las arregló
para llegar hasta un
recipiente que contenía partículas de sangre seca.
Allí se dio el primer milagro testimoniado en el proceso verbal que
se repetirá varias veces: las partículas de sangre coaguladas que
surgían de la ruptura del frasco, al desparramarse, se convirtieron
en pequeñas partículas brillantes que reproducían en su totalidad
el color del arco iris.
Luego
de venerar el prodigio, al abrir la tumba, se halló también allí
un pequeño cráneo fracturado y algunos huesos de proporciones
delicadas, lo que hacían suponer que se trataba de una niña de doce
o trece años de edad.
Se
estaba por tanto en presencia de una virgen-mártir
(a raíz de la
inscripción).
La
tumba se cerró, se sigiló con tres sellos y se sacó el sarcófago
a la luz del día en una caja de madera revestida de cera, y llevadas
a Roma, para ser guardadas en la Custodia General, hasta que el Papa
diera permiso para exponerlas a la veneración de los fieles.
Afuera,
una multitud esperaba; ya en presencia de muchos curiosos, se reabrió
la caja y recomenzó el proceso verbal redactándose el documento que
fue leído en voz alta y firmado por los testigos del caso. Luego de
ser sellados nuevamente por el obispo, los restos fueron depositados
en un relicario y colocados en cinco envoltorios diversos:
el
frasco con la sangre, la cabeza de la santa y tres paquetes con
fragmentos de huesos unidos con las cenizas de la carne. Esta caja
fue llevada a la custodia general, esperando las órdenes del Papa.
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